domingo, 22 de junio de 2014

Un iceberg de oro. Capítulo 2: He aquí un cuento.

La morena salió de la ducha y se cubrió con una toalla. Se secó su largo pelo con otra toalla y se dio cuenta de que seguía sangrando. ¿Que si le dolía? Pues claro. Pero llevaba tiempo cansada de llorar y quejarse.
Salió del baño y entró a su cuarto a pesar de que era consciente de que el rubio se encontraba allí. Ni siquiera saludó, si no que se dirigió a su armario y cogió su pijama. Consistía básicamente en unos pantaloncitos cortos negros y una camiseta azul celeste. También se provino de ropa interior. Salió del cuarto ante la dorada mirada que seguía todos y cada uno de sus movimientos.
Volvió al baño y se vistió lentamente, puesto que las heridas le dolían bastante. Cuando salió de nuevo se chocó contra el pecho del rubio.
-Sigues sangrando. Ahora voy a curarte.- le advirtió con una mirada severa.
-Anda, ¿Sigues dándotelas de héroe? No te queda bien, deberías intentar cambiar de estilo. ¿Qué tal si te vuelves un chico malo?- le contestó ella y lo ignoró pasando por su lado. Llegó a la cocina y empezó a preparar la liebre que había cazado.
-Te desangrarás.- le avisó Edward.
-Tampoco es que me importe. Me ahorraría trabajo.- se encogió de hombros consiguiendo la rabia del chico.
-Pues a mi si.- le dijo. La alzó en vilo y ella se asustó. La llevó al salón y la dejó suavemente en uno de los sillones. Cogió el botiquín del baño y se puso a curar algunas de las heridas más graves de la ojiazul.
-Sigo sin saber tu nombre.- le dijo el rubio con impaciencia.
-Oish, el rubio se ha enfadado. ¿He herido tus sentimientos? He roto tu corazoncito de caballerete?- la chica trató de sonar sarcástica, pero el dolor hizo que su voz sonase rota. Edward la miró y suspiró , tratando de tener paciencia con ella.
-¿Puedo saber tu nombre, por favor?- le preguntó con amabilidad. Ella se lo pensó un segundo, pero era preferible decirle su nombre a que le llamase con el nombre de su hermana.
-Mi nombre es Elyon Black.- susurró la chica y siseó por el dolor.
-Es un nombre muy bonito. Es extraño.- opinó el chico mirándola a los ojos.
-... Creo que no me gusta.- ella hizo una mueca.
-¿Por qué?- le preguntó mientras le curaba las manos.
-Lo he escuchado en tantos malos contextos que he terminado por repudiarlo.- se volvió a encoger de hombros ante la atenta mirada de Edward.
-¿Has vivido aquí toda tu vida?- preguntó el chico tratando de averiguar cosas de ella.
-En teoría.- él la miró algo confuso.- Tú eres un Alquimista Nacional. Por lo que vienes de Ciudad Central. Cuando vuelvas saluda a Mustang de mi parte.-Trató de cambiar de rumbo la conversación.
Edward estaba perplejo.
-¿Cómo lo sabes?
-No sé, quizá por el reloj que llevas en el bolsillo, o que acabas de curarme con Alquimia, oh, no. Seguro que es por que el Alquimista Nacional Edward Elric es mundialmente famoso.- le contestó cargada de ironía.
-Cierto.- dijo Edward apretando los labios. No le gustaba nada la actitud de Elyon.-¿De qué conoces a Mustang?
-... Era amigo de Sophie.- contestó ella sin ganas de hablar.-He cazado una liebre. ¿Tienes hambre?
Su patético intento de cambiar de tema pareció funcionar a pesar de que estaba claro que en algún momento Edward preguntaría la cuestión más obvia.
Ella volvió a la cocina con mucho menos dolor que el que tenía antes. Pero no pensaba agradecérselo al rubio.
Asó la liebre y la cortó en trozos.
-Edward. ¿Vas a cenar?- le preguntó a gritos. Hacía mucho que no lo hacía. En un segundo apareció el chico en la cocina. Elyon se sentó en la silla de Sophie, pues no quería que nadie más se sentase en ella.
-Muchas gracias, Elyon. Eres muy amable.- le agradeció el rubio con una sonrisa cordial. Ella frunció el ceño pues ahora se suponía que era su turno de agradecerle.
-No te voy a agradecer que me curases. Es trabajo perdido.- le dijo con sinceridad. Edward ya no podía con eso.
-Ya no puedo callarme más. Por que narices quieres suicidarte? Y te juro que si no me contestas te secuestraré.
Ella sonrió con malicia.
-No te importa.
-Quiero saberlo.
-No puedes meterte en mi cabeza.
-Puedo intentarlo.- le dijo y se acercó a ella.
-Sophie era mi hermana.- contestó ante la profundidad de su mirada.
-¿Era?- preguntó Edward con una mirada preocupada.
-Murió.- a Elyon se le hacía difícil hablar de ello. En realidad nunca nadie le había preguntado.
-Lo siento mucho. ¿Que pasó?- ella negó con la cabeza.-¿Nunca lo has hablado con nadie?
Ella bajó la mirada.
-¿No te ha enseñado nadie que no se debe intentar hacer sentir mal a los demás?- ella entornó los ojos.
-¿Te he hecho sentir mal?
-No.- mintió.
-Pues entonces no hay problema.- contestó algo pagado de si mismo.-Ya que quieres morir no te importará contar tu historia.
Elyon enarcó una ceja.
-¿Estás tratando de sonsacarme cosas sobre mi?- le preguntó y empezó a comer.
-Si me lo cuentas no será un intento.- mostró sus blancos dientes en una bonita sonrisa burlona.
-No te conozco más allá de tu nombre. No voy a contarte mi vida para que te compadezcas de mi.
-No me compadezco. Si yo te contase mi historia serías tu la que se compadecerías.
-Já. Seguro.
-Si. Seguro.
-Está bien, héroe. ¿Quieres saber por qué me quiero suicidar, no? Bien. ¿Desde el principio o un resumen?- lo miró con tranquilidad. Trataba de mantenerse lo más serena posible. Quizá si se lo contaba a ese chico desconocido la historia de su hermana podría mantenerla... Viva de alguna manera.
-Me gustaría entender tu actitud. Desde el comienzo, por favor.
-Nací en la aldea contigua a esta. Tenía una hermana melliza llamada Sophie. De pequeña era todo un maldito problema. Era la niña más hiperactiva que conocí nunca.
>>Nuestra madre murió cuando teníamos 5 años y desde entonces vivimos con nuestro padre. Él era alquimista y siempre había tenido buena relación con mi hermana. Quizá era por que su carácter era muy parecido al de mamá. Pero ella siempre fue la favorita de nuestro padre. Y en realidad no me afectaba. Él le enseño alquimia y todo iba relativamente bien hasta que un día llegó un hombre a casa y nos quiso robar. Papá intentó defendernos pero lo único que consiguió fue que lo matase. Sophie y yo nos habíamos escondido en el cuarto pero él nos encontró.
Así que después de eso nos vinimos a vivir cerca del bosque. Ninguna de nosotras teníamos mucha idea de cómo ganarnos la vida y decidimos aprender a cazar. Bueno, la única que aprendió de verdad fui yo. Construimos esta casa y Sophie me enseñó Alquimia. Con el tiempo fui capaz de perfeccionarla hasta límites insospechados para mi. Sophie era toda mi vida.
>> Pasó el tiempo y nos acostumbramos a vivir así. Sophie empezó a trabajar en la taberna del pueblo y yo en el hostal en el que estabas alojado. Pero cuando cumplí 15 me enamoré. Todo iba genial. Tenía a mi hermana y al amor de mi vida.
>>Un día llegué a casa y Sophie estaba tirada en el suelo de la cocina. Me asusté y traté de curarla con alquimia. Pero ella nunca despertó. Hice hasta lo imposible pero no mejoró. Cuando ella murió el pueblo empezó a crear rumores. Como que yo la había matado por celos o venganza. El que suponía que era el amor de mi vida fue el primero en volverse en mi contra. El mundo comenzó a odiarme y perdí mi trabajo. Esa es mi historia.
Miró a Edward y vio la cara de horror que tenía.
-Dije que te compadecerías.- la chica sonrió triunfante aunque por dentro seguía teniendo ganas de morir.
-No... No deberías suicidarte.- concluyó el chico con decisión. Ella rió con amargura.
-O eso o un manicomio.
-No estás loca.
-¿Y tú que sabes?
-Estoy seguro de que tu no trataste de revivir a tu madre mediante la transmutación humana.
Ella se sorprendió pero aún así mantuvo su postura.
-Créeme que no lo descarté. Antes de morir Sophie escuché tu historia. Sé lo que es la desesperación de perder a la persona más importante de tu vida. Hubiese dado la vida por ella.
-Yo arruiné varios años de la vida de mi hermano.
-Por mi culpa mi hermana está muerta.
Ante esa afirmación tan contundente al rubio no le quedó más remedio que callar.
Elyon estaba mentalmente exhausta. No era agradable volver a revivir los recuerdos de su vida. Tenia demasiada buena memoria para su desgracia.
-¿Cuando te irás?- le preguntó a Edward.
-No lo sé. Creo que en realidad no hay mucho que hacer aquí. No tengo ni idea de por qué me ha enviado Mustang.
-Es un hombre raro. Pero sin duda es una buena persona.- opinó la azabache. Recogió los platos y se dio cuenta del tiempo que hacía que no hacía esa simple acción. Edward se levantó a ayudarla, pero ella no aceptó su ayuda. Se sentía... Un poco menos desgraciada cuando no estaba sola. Aunque no le tuviese aprecio al chico.
-Creo que voy a ir a descansar un poco.- le avisó Edward.- Muchas gracias por la cena. Has sido muy amable.
A la ojiazul ya le estaba empezando a cansar que el maldito caballero le agradeciese cada cosa que hacía. "Gracias por la comida", "Gracias por tu hospitalidad.", "Gracias por seguir respirando"... Vale, lo último no lo había dicho, pero se esperaba que en algún momento lo dijese con su insufrible tono sincero que erizaba el bello de Elyon.
-Tú tienes un problema... ¿Cuando he sido amable contigo?- le contestó ella enarcando una ceja.
Una bonita sonrisa apareció en el rostro de Edward.
-Pero lo serás.
Dicho eso se fue a la habitación. Elyon se quedó con la boca abierta en una extraña sonrisa.
Para nada se esperaba esa contestación.

domingo, 8 de junio de 2014

Un iceberg de oro. (Basada en el anime Full metal Alchemist)


Capítulo 1: La chica.
Debía de ser ya medianoche, puesto que la aldea estaba desierta. Una chica caminaba sola en la penumbra. Llevaba puesto un vestido de su hermana. La tela blanca apenas le llegaba a la mitad de los muslos, con un ligero vuelo. Su largo pelo negro cubría su espalda morena casi desnuda, puesto que el vestido solo contaba con un par de tiras entrecruzadas que lo mantenían sujeto al cuerpo de la chica. La parte delantera se adhería su cuerpo, resaltando su algo pronunciado pecho. Se podría pensar que lo llevaba por lucirlo, pero esa no era la razón. A pesar de ello, cualquiera que la viese a esas horas por esas calles pensaría que era un ángel caído.
Sus pies descalzos dejaban huellas de sangre en la acera fría, sus manos manchadas de su propia sangre goteaban a cada lado de su cuerpo.
Podía utilizar la alquimia para curar sus heridas o transportarse a un hospital, pero no pensaba hacerlo. Así que siguió caminando sin ningún tipo de queja.
Llegó al puente y caminó hasta donde se encontraba la pequeña inscripción que había grabado con su hermana años atrás. 'Sophie & Elyon' decía claramente a pesar del paso del inexorable tiempo.
Sonrió mirando los nombres grabados y amargas lágrimas comenzaron a caer mojando sus morenas mejillas.
Quería gritar y así lo hizo.
-¡Lo siento, Sophie!- le gritó a las estrellas. No esperaba respuesta, era plenamente consciente de que su hermana estaba muerta.
Sin pensarlo se subió al bordillo, alzó los brazos, cerró los ojos y saltó.
Se sintió caer al vacío por unos segundos. Esperaba el impacto con las heladas aguas de Noviembre, mas solo sintió que estaba suspendida en el aire. Abrió sus azules ojos esperando verse muerta, pero al levantar la vista se encontró con que otra mano sujetaba la suya. De lo siguiente que se dio cuenta fue de unos ojos dorados como el sol. Se trataba de un joven de rubios cabellos, probablemente de su edad. Sus ojos eran hipnóticos a la luz de la luna.
-Sueltame.- le pidió con voz rota. Solo quería morir.
El chico sonrió con burla.
-Creo que no va a ser posible.- contestó y de repente la morena se sintió sacudida por algo. Prácticamente había tirado de ella haciéndola volar hacia el cielo oscuro. Elyon se preparó para caer en el frío asfalto pero eso no ocurrió. Simplemente cayó en los mullidos brazos del desconocido que había frustrado sus planes.
Cuando pudo recuperarse del mareo, lo miró con resentimiento.
-Dije que me soltases.- le reclamó intentando volver a ponerse en pie. Pero el chico tan solo la miró en silencio y la sujetó fuerte para que no escapase. Comenzó a caminar sin hacer caso a la petición de Elyon. Ella se retorció enfadada hasta que se cayó al suelo. Se levantó y se sacudió el polvo del precioso vestido. Miró una última vez al rubio y volvió a emprender su camino de vuelta a la muerte.
Solo pudo avanzar unos cuantos pasos hasta que el chico la sujetó suavemente del brazo.
-¿Pero a ti qué te pasa?- le dijo la azabache con molestia.
-No voy a dejar que te suicides. No mientras yo esté aquí.- le contestó el chico mirándola directamente a los ojos con esas orbes doradas. Elyon por un momento dejó de forcejear, mas cuando se vio liberada de la intensa mirada del desconocido, volvió a su tarea.
-¿Y a ti qué más te da? Solo déjame en paz.- le contestó con desagrado. No le estaba cayendo precisamente bien.
-No me gusta que me desobedezcan.- le avisó el chico con una mirada de advertencia. Ella sonrió con ironía y en un movimiento tan simple como el de pestañear... Le hizo el gesto más obsceno que pudo recordar. Se dio la vuelta y siguió con su camino.
-Yo te lo avisé.- escuchó que decía el muchacho. Se giró para mirarle con desdén una vez más pero un momento después se encontraba a hombros del rubio, que la cargaba como si fuese un estúpido saco de patatas.
Elyon suspiró y trató de dar patadas a su "Secuestrador".
-Si no me sueltas chillaré.- le amenazó cansada de sentirse como una pelota saltarina.
-No me importa. Puedes gritar, patalear y chillar lo que quieras. Pero vas a venir y te curaré esas heridas.- le dijo con terquedad. La ojiazul gruño al verse sin escapatoria. No había ni un alma en la calle, así que nadie la escucharía si gritase. Tampoco podía transportarse por que sus manos estaban llenas de sangre y heridas. Ahora empezaba a parecerle una mala idea aquello de haberse caído encima de aquellos cristales rotos.
Estaba preparada para castigar al chico con su silencio e indiferencia, pero a él simplemente no le gustaba el silencio.
-¿Cuál es tu nombre?- le preguntó. Elyon incluso se indignó más con la pregunta.
-¡¿Disculpa?! ¡Me has secuestrado! ¡Se supone que esa pregunta tendría que hacerla yo!- le reclamó volviendo a intentar darle patadas. El rubio rió con diversión.
-Está bien. Supongo que tengo que empezar yo. Mi nombre es Edward Elric.- se presentó.
-¿Acaso te lo he preguntado? ¡No me importa tu nombre, solo quiero que me dejes en paz!- protestó la joven.
-Supondré entonces que tu nombre es Sophie. Lo gritaste antes de saltar, así que hasta que me digas tu nombre te llamaré de esa manera.- el chico sonrió con ironía.
-Llámame Sophie y desearás no haber nacido.- le advirtió la ojiazul con tanta seriedad y determinación que hasta Edward se lo creyó.
-Dime tu nombre entonces.
-Tengo por norma no decirle mi nombre a secuestradores. Muchas gracias.
-No soy un secuestrador. Solo evito que mueras.- le aclaró el rubio poniendo los ojos en blanco.
-¿Y si soy una asesina? ¡No sabes nada de mi! ¡Yo quiero morir! ¡Tengo mis derechos!- la azabache volvió a patalear.
Edward se carcajeó.
-¿Sabes? Eres muy graciosa.
-Graciosa va a quedar tu cara cuando consiga darte la paliza de tu vida. ¡SUELTAME!- le gritó la chica muy cansada de la situación.
-Mira que eres testaruda. Si ya hemos llegado.- le informó su supuesto secuestrador entrando con ella al hostal en el que se alojaba.
En cuanto el hostelero lo vio le sonrió. Se trataba de un hombre de mediana edad, como de unos 45 años. Carecía de cabello y el poco que tenía en su barba de una semana era blanco, denotando claramente su edad.
Su cara cambió radicalmente al ver a quién cargaba el rubio.
-Chico. Saca ese demonio de mi local ahora mismo.- le dijo a Edward con cara de asco. Elyon le dio palmadas en la espalda al rubio y este la giró para que pudiese mirar al hostelero a la cara.
-Oye, Phill. Tampoco es precisamente un placer volver a ver tu cara de borracho.- le dijo con una sonrisa sarcástica. El hombre la miró con desprecio y y los echó del lugar.
Elyon pudo por fin ponerse de pie y ahora se sentía algo culpable por Edward.
El chico de ojos dorados suspiró y miró a la chica con confusión.
-¿Qué? No te dije que me dejases en paz por mi propia seguridad.
-Bueno, supongo que tendré que buscar dónde dormir. ¿Hay alguna otra posada por aquí?
-No...- La ojiazul empezaba a sentirse culpable.- Bueno, si quieres puedes pasar la noche en mi casa... Supongo que si vas a secuestrarme mejor que esté cómoda, ¿No?- le ofreció algo incómoda. El rubio sonrió.
-Estás segura?
-La pregunta es si tú estás seguro. Aquí la gente piensa que estoy maldita. Y la verdad, yo también, así que si te ven conmigo lo pasarás mal.- le avisó la chica empezando a caminar rumbo a su casa. Edward la siguió de cerca. Hacía bastante frío y Elyon se estremeció. El chico, como el caballero que era, se quitó el abrigo y se lo ofreció a la morena. Ella se alejó como si el abrigo tuviese la peste.
-No te pases, Casanova. No me interesan los caballeros ni los héroes.
-No me interesa que no te interese. Soy un caballero y por muy desagradable que seas conmigo seguiré siéndolo.
-Pues busca una ancianita a la que ayudar a cruzar la calle, caballero.
El chico rió con la contestación de la azabache.
-¿Es mi impresión o no te caigo muy bien?- intentó mantener una conversación con ella.
-Mi plan para esta noche era comer una manzana y morir. Lo primero lo conseguí. Lo último y más importante me lo has chafado. Y no me ha hecho ninguna gracia.- la sinceridad de sus palabras molestó a Edward.
-Perdona pero, ¿No te han enseñado nunca que suicidarse esta mal?
-Nunca he sido una persona obediente.
El ambiente se puso tenso. Bueno, más de lo que ya estaba. Elyon sabía la pregunta que quería hacerle Edward y este sabía que ella no iba a responderla.
Caminaron en silencio hasta que el rubio chocó contra la espalda de la morena. Se separó algo desconcertado y se fijó en el edificio que se encontraba delante de él.
Se trataba de lo que parecía ser una cabaña. Estaba situada en el comienzo de un bosque. Las paredes eran de piedra, aunque apenas se reconocían ya que estaban ocultas tras unas enredaderas de color verde oscuro, que hacía un bonito contraste con el tejado rojo como la sangre. No era una cabaña grande, pero se veía acogedora y caliente. El rubio observó que había una chimenea de piedra de un gris oscuro bastante apagado.
Elyon abrió la puerta y entró. Esperaba que el chico hiciese lo mismo pero eso no ocurrió.
Se encontraba absorto mirando unas flores que crecían a un lado de la cabaña. Eran rosas negras.
-Simbolizan la muerte.- le informó la azabache. Él se giró a mirarla.-No es por nada, las rosas blancas simbolizan un corazón puro, los tulipanes rojos amor eterno, y las rosas negras la muerte.
-La muerte no es la solución.
-Es la opción más sencilla.
-Es de cobardes.
-Es de gente que está harta de sufrir.- una sonrisa relampagueó en su morena cara cuando dejó sin palabras al chico de ojos dorados.-Si quieres quedarte ahí no te lo impido, pero yo voy a sentarme al lado de la chimenea.
Dicho esto, volvió a entrar a la casa. Esta vez Edward la siguió y también ingresó en la vivienda.
Por dentro era casi completamente distinta a como se la imaginaba el rubio.
El salón contaba con un par de sillones de piel cerca de la chimenea, una pequeña mesa de caoba sobre la que descansaba un libro y una alfombra blanca de tela. El suelo era de parqué oscuro, y una estantería repleta de libros de todas clases se alzaba hasta el techo a un lado del segundo sillón, pegada a la pared.
-Tienes una casa muy bonita.- le dijo cordialmente. Ella lo miró enarcando una ceja.
-No es mía. Ese es tu cuarto.- señaló una puerta de madera de cerezo.-Créeme que si tocas alguna de mis cosas te mataré.
La mirada sombría de la ojiazul le hizo tragar saliva sonoramente. Entró a la habitación y se detuvo a admirarla.
En la pared izquierda se encontraba un escritorio de madera envejecida junto con una silla de la misma condición. Mas adelante se encontraba una cama individual arrimada contra la pared, justo en la esquina. Encima de esta se encontraba una ventana. Las vistas consistían en un prado verde y las montañas nevadas de fondo. En la pared derecha se encontraba un armario empotrado con dos puertas.
El chico dejó su equipaje en el suelo y volvió al salón. Esperaba encontrarse a la morena pero no se encontraba en el lugar.
Iba a llamarla, pero entonces recordó que seguía sin saber su nombre. Así que empezó a explorar el lugar.
Comenzó con la puerta contigua a la de su habitación. Se trataba de una pequeña pero pintoresca cocina. La encimera era de granito de cuarzo blanco y ocupaba casi toda la pared derecha. Un antiguo pero bien conservado horno de leña se hallaba en la pared paralela a la puerta, mientras que arrimada a la pared izquierda se encontraba una mesa algo alta con dos sillas proporcionales a la altura de la mesa. Un florero de color blanco con detalles dorados adornaba el centro de esta, sujetando una flor marchita que Edward reconoció muy bien. Una rosa blanca. Se preguntó si se trataba de otro símbolo para su anfitriona.
Salió de allí y se dirigió a la siguiente puerta. Era el baño. Los azulejos del suelo parecían hechos a mano, de color blanco de base y dibujos negros. Lo extraño era que al principio los dibujos parecían hechos por manos inexpertas. Y al llegar a la ducha los azulejos eran blancos completamente. Como si alguien los hubiese dibujado. Los muebles eran de color negro. Salió y se dirigió a la última puerta. Ponía Sophie en letras elegantes y sofisticadas. Se planteó seriamente entrar.
Puso la mano en el pomo de la puerta.
-¿Qué estás haciendo?- escuchó la voz de la azabache a sus espaldas. Él se giró con rapidez y la miró. Estaba empapada. Su vestido estaba rasgado levemente, la sangre escurría por sus brazos y un mechón de pelo se adhería sensualmente a su cara. Se obligó a no mirar el vestido y se dio cuenta de que llevaba una liebre muerta en la mano.
-Bueno, yo estaba... Buscándote.
-Salí a cazar.- señaló el arco y las flechas que estaban en su otra mano.
-Estás sangrando.
-Qué chico más listo. Supongo que me daré una ducha.- le avisó y este asintió enérgicamente.
-Después te curaré las heridas.
Ella entró al baño.
-Como entres a la habitación de Sophie te echaré a patadas, te queda claro?- le gritó desde dentro de la ducha. Sabía que Edward le había escuchado.