miércoles, 22 de octubre de 2014

Un iceberg de oro. Capítulo 7: "Tu fuerte son los puñetazos".

-¡Elyon! ¡Levanta! ¡El tren sale en dos horas y todavía no has hecho las maletas!- el rubio la despertó, moviendo la cama bruscamente, desestabilizándola. 
-¡Edward! ¡Me da exactamente igual! ¡Déjame dormir!- le chilló ella, irritada.
-De eso nada, El. Te levantarás y recogerás tus cosas. Nos iremos a Central y serás muy feliz.- le dijo el chico con decisión.
-¡MALDITO RUBIO! DÉJAME DORMIR.- le tiró lo que primero encontró, que por desgracia o por suerte, fue un sujetador. El chico lo esquivó ágilmente y volvió a zarandear la cama.
Elyon se hartó y saltó al suelo, haciéndose algo de daño en los tobillos. Pero a pesar del dolor, comenzó a correr detrás del rubio. 
El chico huyó, riendo por lo roja que estaba la morena. 
Al fin, la chica se cansó y se enfurruñó. 
-Imbécil...- susurró. Se dirigió a su cuarto y empezó a empaquetar sus cosas. Consiguió meter todo en apenas dos maletas. Después, entró de nuevo al cuarto de su hermana, y cogió todas las fotografías que la rubia había sacado a lo largo de su vida. Las metió en una carpeta y la introdujo en la maleta. No pudo evitar mirar de nuevo al osito de peluche que descansaba sobre la cama flotante. Se mordió el labio, cavilando. 
Finalmente, y como tributo a Sophie, lo cogió y lo metió también en la maleta. 
Le echó una última mirada al lugar y salió de allí. Edward ya la esperaba en la puerta de la entrada. 
A la chica se le hacía demasiado difícil abandonar aquel lugar. Estaba tan habituada a aquellas paredes que le resultaba extraño tener que irse. 
Caminó hacia el rubio, que la miraba, expectante. 
-¿Nos vamos?- le preguntó el chico.
Ella intentó sonar segura cuando respondió:
-Vámonos.
Los dos salieron de la casa, y Elyon la cerró con llave. Se la colocó con una cadena alrededor del cuello y la escondió debajo de su camiseta.
Caminó al lado de su nuevo amigo, internándose en el pueblo. Sentía a la gente mirándoles, pero no le importaba. 
Suspiró cuando salieron del pueblo. Ella miró hacia atrás y observó el lugar, presidido por un enorme cartel con el nombre de la villa, "White Castle". 
Edward observó que la chica estaba demasiado pensativa, así que trató de hablarle.
-Siempre supe que terminaría convenciéndote de que vinieses conmigo.- presumió el chico, distrayéndola. Ella le lanzó una mirada sarcástica.
-Todavía estoy a tiempo de volverme a mi casa y volver a dormirme.- le amenazó ella. El chico se puso nervioso.
-¡No, no, no! ¡Has dicho que vendrías! ¡No puedes echarte atrás!- se quejó el rubio. Ella rió. Le gustaba hacerle rabiar.
-No te preocupes. Sería algo patético despedirme para luego no irme.
Edward sonrió al verla tan decidida.
Llegaron a las estación, donde el tren estaba a punto de salir. El rubio tiró de la chica, haciéndola correr para llegar a tiempo. 
Al final, consiguieron subir. 
Elyon, cansada, se tiró en el primer asiento que vio.
Edward se sentó en frente de ella, que más bien estaba acostada en su asiento. 
-Entonces... ¿Cómo es la ciudad?- le preguntó ella, pues no quería quedar como una analfabeta. 
-Es... Grande. Tranquila, en cuanto conozcas a Alphonse querrá enseñártela.- le respondió el rubio. La morena se encogió. No era buena haciendo amigos.
-Y... ¿Qué hace precisamente un Alquimista Nacional?
-Eh... Investigamos sobre la Alquimia, a veces nos envían a lugares a realizar alguna tarea... Y... En caso de guerra, debemos luchar.- le explicó el rubio.
Elyon se replanteó seriamente lo que iba a hacer. 
-... ¿De verdad estás recomendándome un trabajo así?
-No te ocurrirá nada. No lo permitiré. Es seguro.- le prometió él.
-No sé si te has dado cuenta, pero no soy una chica que acate demasiado las normas.- la chica miró el paisaje por la ventana, el cual pasaba a muy alta velocidad.
Edward rió, algo divertido por la contestación.
-Bueno... Creo que Mustang sabrá imponerse.
-Yo también sé imponerme, héroe.- ella rodó los ojos.
-Bueno, no he dicho lo contrario... Pero Mustang... Bueno, ya lo verás.
La chica de ojos azules se limitó a enarcar una ceja.
-No creo que pueda conmigo.
-Qué confiada...- se burló el chico. 
-En lo que a terquedad se refiere, Edward.- le miró, algo molesta.- De todos modos tendré que pasar una prueba, ¿No? No es definitivo.
Edward asintió, sin perder el buen humor. 
-Sé que la pasarás.- le dijo, seguro de si mismo. La morena le observó algo extrañada durante unos segundos.
-Estoy tan harta de tu positividad... Es molesta. Casi repulsiva.- le confesó sin pena alguna. 
-Es que la negatividad que tienes tú necesita ser contrarrestada por algo.
-¿Estás seguro de que cuando eras pequeño no te caíste de la cuna? Por que me parece la respuesta más lógica.
-¿En serio vamos a volver al principio? Creí que la etapa de las burlas y los insultos ya la habíamos pasado.- se quejó Edward.
Elyon sonrió con malicia.
-Pero eso no quita de que sea divertido burlarse de ti.
Él le dedicó una mala mirada, pero dejó pasar el comentario.
-Eso... ¿Es la ciudad?- preguntó la chica, observando el cambio de paisaje, sorprendida.
-Si. Es sorprendente la primera vez que la ves, ¿Verdad?- le dijo el chico, mirándola.
Ella, distraída, asintió. 
-¿Debería saber algo en concreto que me ayude a sobrevivir?
Edward rió. 
-Solo manténte a mi lado.
-Cómo si fuese a obedecerte. 
El tren se detuvo y los dos chicos bajaron. 
Elyon observó todo a su alrededor. Parecía tan... Elegante...
Una mujer rubia, de ojos castaños y vestida con un uniforme azul se les acercó. 
-Bienvenido, Edward.- le saludó la mujer, sonriendo un poco. La morena la miró con curiosidad.
-Teniente Hawkeye, me alegro de verte.- le devolvió el saludo el chico de ojos dorados.-Oh, ella es Elyon Black.
La mujer clavó su mirada en ella. 
-Un placer.- susurró la morena, algo fría.
-Lo mismo digo.- la mujer le dedicó una casi inexistente sonrisa.
Un coche los llevó hasta el Cuartel General. Elyon no podía evitar sorprenderse con cada cosa que veía a través del cristal. 
Edward sonrió al verla tan entretenida.
Cuando llegaron, rápidamente entraron al edificio, y sin que la pobre chica se diese cuenta, ya estaba delante de la oficina del Coronel. Miró a su acompañante, algo perdida. 
-¿Qué narices hago aquí?
-Mustang quiere verte. No te preocupes, estaré contigo.- le dijo al ver la cara confusa de la muchacha. 
-No necesito protección eterna. Ya te dije que no me van los héroes, Edward.
La chica entró con decisión en el despacho. Se encontró con el hombre de pelo liso, negro azabache, sus ojos eran negros y su tez pálida.
-Vaya, vaya. La famosa Elyon Black.- la "saludó". Ella le dirigió una mirada sarcástica.
-¿Famosa? ¿En serio?- le dijo ella, poniendo los ojos en blanco. 
-Bueno, podría haber ido directamente al grano, pero me parecía de mala educación decirte que, si no quieres terminar en la cárcel, aceptes el trato que te ofrezco.
-No he cometido ningún delito.- le plantó cara la pequeña. 
-Caza furtiva durante 6 años seguidos?- le echó en cara el hombre. Ella palideció.
-¿Quién te asegura que aceptaré ese trato?- trató de mantenerse segura.
-Tu cordura, pequeña Black. Conocía bastante bien a tu hermana y, aunque ella no poseía la seguridad que muestras, era bastante razonable. 
-Acaba con esto, Mustang. No me gustan los rodeos.
-Está bien. Te ofrezco, a cambio de tu libertad, que te conviertas en Alquimista Nacional. He sido bien informado de lo que eres capaz de hacer, y creo que serías muy útil.
-No soy un arma que puedas utilizar cuando te salga de los mismísimos...- comenzó a decir la chica, enfadada.
-Eh, esa boca. Le estás hablando a tu jefe, pequeña. No te consideres un arma, considérate... Una ayuda.
Elyon estaba a punto de darle la bofetada más grande de su vida, más se contuvo. 
-No vas a mangonearme.- le dejó claro. 
-Eso ya lo veremos. Por el momento, rellena estos impresos.- le ordenó el hombre, dándole unos papeles a la chica, que los cubrió rápidamente. 
-No soy de tu propiedad. Para que lo sepas. No voy a andar detrás tuya acatando órdenes absurdas, no soy tu perrito faldero.
-Eres pesada eh. Deberías dejar la altanería apartada por un segundo. Te estoy ofreciendo un trabajo bien pagado, y también te ofrezco un hogar. De hecho, espero que no te moleste que te halla buscado un nuevo alojamiento.
-¿Qué...? ¿Me has comprado una casa?- la chica no se lo creía.
-Mmm... En realidad lo he pagado con tu sueldo anual. Pero tranquila, creo que te queda una enorme cuenta de ahorros. 
Elyon estaba tan sorprendida que no sabía ni qué responder.
-¿A que ya no parece un trabajo tan malo?- se burló Mustang. Ella le fulminó con la mirada.
-Dame las llaves de mi casa y me plantearé si tomarte en serio o no.- le exigió la morena.
El hombre dejó sobre la mesa las llaves. 
-Es un apartamento cerca de aquí. Dale esta dirección a Edward y que te acompañe.
Ella se levantó, harta de hablar con el Coronel. Antes de que se fuese, escuchó que le decía:
-Que tengas un buen día.
Elyon cerró de un portazo la puerta, casi rompiéndola por la fuerza con la que lo hizo.
Fuera, estaba el rubio esperándola. En cuanto se acercó, recibió un enorme puñetazo en toda la cara. 
-¡¿QUÉ NARICES TE OCURRE?!- le gritó el chico. 
-Así que por eso estabas pegado a mi todo el tiempo, ¿Eh? Para recopilar información para tu amado jefe, ¿No? Pues sabes qué? Quédate tu puñetera falsa amistad y métetela por donde te quepa.- le gruñó ella, muy enfadada.
El rubio la encaró. 
-Primero, no recopilaba información para Mustang. Segundo, no hay nada de falso en la amistad que te ofrezco. Y tercero... Tu fuerte son los puñetazos.- le dijo, dolido por el golpe y las acusaciones.
-Ah, genial. ¿Y por qué debería creerte?
-Por que si no me hubieses creído no me hubieras contado la verdad sobre tu hermana.- le susurró, enfadado. Le parecía inconcebible que después de todo lo que había hecho por ella, siguiese dudando de sus intenciones.
La mirada de la chica cambió. Ahora, en vez de enfado, sus azules ojos mostraban una enorme decepción.
-Vete a la mierda.- terminó por decir, yéndose.
-Eh, ¿A dónde vas?
-A mi nueva casa.- Elyon salió del edificio, siendo seguida de cerca por el rubio.
-Ni siquiera conoces esta ciudad. ¿Cómo piensas encontrarla?- Edward estaba algo preocupado. 
-Déjame en paz. Vuelve a tu vida, ya no tienes que fingir querer estar conmigo. 
-No estoy fingiendo, Elyon.
-¡Si que lo haces! Y lo peor es que a veces lo haces tan bien que me dan ganas de creerte.- se quejó la chica, molesta. 
El rubio, cansado, la sujetó por los hombros y la obligó a mirarle a los ojos.
-Elyon Black. Escúchame bien. No te salvé la vida porque me lo ordenara Roy Mustang. No te curé las heridas porque me lo ordenara Roy Mustang. No te molesté día y noche para que vinieses a la ciudad porque me lo ordenara Roy Mustang. Lo hice porque quería ser tu amigo.- le soltó sinceramente Edward. Ella le sostuvo la mirada, sin expresar en la suya ningún sentimiento.
Finalmente, se soltó del agarre del chico y se dio la vuelta. 
-Enséñame dónde está mi casa.
Tras tres intentos por encontrar la dirección, Edward consiguió llevarla al pequeño pero acogedor piso en el cual se hospedaría durante un tiempo indefinido. 



martes, 7 de octubre de 2014

Dream a little dream of me.

Buenas! Esto es un nuevo espacio en el cual colgaré una nueva historia. El protagonista es Alphonse Elric, y he apostado por él porque me parece un personaje realmente increíble, y no me gustaría darle más importancia a Edward que a Alphonse. Está narrado en primera persona, desde la perspectiva de una chica a la que no le tocó precisamente una vida fácil.
En definitiva, que espero que os guste.
Ya no os molesto más.
Adiós! :D
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"Sola, de nuevo" gemí cuando cerró la puerta, echando el seguro por fuera. Rutina. 
Observé con detenimiento el mugriento techo, tan solo para no tener que mirar el estado en el que me había dejado. Ya no dolía. Podría jurar que no sentía nada en ese momento. 
Esto no tenía nada que ver con el paraíso que describían aquellos libros que me leía de niña. Ni siquiera se parecía a lo que en la televisión se mostraba como "vida digna". Servirle de saco de boxeo a mi progenitor no me parecía para nada digno. Sin ver apenas la luz del sol. Tan solo para servirle de tapadera para sus delitos. ¿Que si podía huir? Pues claro. Pero yo no era una persona valiente, ni mucho menos. Yo era cobarde, callada y sumisa. Al menos, eso pensaba yo. 
Pero si me iba, ¿Qué le quedaría? Nada. Tan solo una casa vacía. Y lo peor era que... No quería hacerle sufrir.
La puerta volvió a abrirse, y por ella apareció mi pesadilla. Un hombre de tez amarillenta por el sufrimiento de su hígado tras largas noches de parranda, corpulento y alto, en su cabeza podía verse ya el efecto de la calvicie en sus grises rizos. Su mirada perdida y sus ojos negros, se asemejaban a los de un diablo. 
-Niña, ve a comprarme tabaco.- me ordenó, tirándome unas monedas a la cara. No fui capaz de cogerlas al vuelo y me agaché a recogerlas. 
-Está bien.- murmuré, pues sabía que estaba de resaca y no era bueno molestarle.
Me vestí mis típicos pantalones vaqueros y una sudadera y me dispuse a salir de casa. 
-Me voy.- avisé, cogiendo las llaves. Salí como alma que lleva el diablo, huyendo hacia el bar más cercano. 
Caminé lentamente por la calle, observando los viejos y deteriorados edificios. Un grupo de drogadictos se colocaban en las escaleras de un portal. Uno de ellos, Sam, me saludó con la mano. Levanté la mía para devolverle el saludo, sin mucho interés. Era uno de mis mejores amigos de la infancia. Tan solo habíamos escogido caminos diferentes.
Decidí ocultar mi llamativo cabello bajo la amplia capucha de la única prenda de abrigo que me quedaba para el invierno. Me coloqué bien las gafas y metí las manos en los bolsillos. Las extensas pero descuidadas avenidas eran demasiado peligrosas a esa hora de la noche. De hecho, estaba a punto de ser atropellada por uno de los participantes de una carrera ilegal. 
Cuando fui plenamente consciente del rojo y tuneado coche chatarra que se dirigía hacia mi persona, se me paró el corazón. Vi la cara de miedo del conductor, un chaval de no más de 16 años. El pánico que transmitía su expresión era opacado por sus infantiles rasgos y sus hoyuelos. 
Estaba ya a apenas un metro de mi, y no había conseguido mover ni un músculo. Solté todo el aire que mis pulmones habían retenido y me dispuse a sentir el impacto, arrepintiéndome de no haber actuado a tiempo.
Pensé en chillar, pero sería inútil y además, no quería desperdiciar mis últimos segundos de vida chillando patéticamente como una niñita.
Cerré los ojos con fuerza, y de repente...
Nada.
No sentía nada. Bueno, a parte del viento que azotaba sin descanso mi rostro.
"Por favor, que no me haya quedado paralítica o algo así..." Supliqué mentalmente. Porque, si sentía el viento, pero no el dolor, eso significaba algo malo.
Esperaba poder abrir los ojos, aunque no sabía si de verdad deseaba hacerlo y ver el desastre en el que probablemente se hubiese convertido mi cuerpo. Abrí mi ojo derecho lentamente, asustada. El coche rojo se había desviado en el último segundo, chocando contra una farola que se encontraba al lado de mi.
Abrí el otro ojo, anonadada. Me llevé las manos a la cabeza, el abdomen, los muslos... No había sufrido ningún daño. 
-¿Te encuentras bien?- una voz metálica sonó a mi derecha. Temblando, miré en esa dirección. Un hombre vestido con una enorme armadura, me observaba. No supe si responder o no, ya que estaba tan sorprendida que no tenía ni idea de cómo reaccionar.
-¿Estás en shock?- preguntó. Yo, queriendo no parecer tonta, asentí. Una risa dulce se coló entre todo el metal que llevaba a cuestas, llegando a mis oídos como música celestial. 
Pude notar cómo casi toda la sangre de mi cuerpo se acumulaba rápidamente en mis mejillas.
-Vaya, creo que he hecho que te sientas avergonzada. Disculpa.
Reaccioné bajando la mirada hacia el mugroso asfalto. "Háblale, tonta. Solo te ha salvado la vida". 
-Deberíamos movernos. No creo que sea muy buena idea quedarse al lado de un coche siniestrado. ¿Cuál es tu nombre?- volvió a dirigirme la palabra. Ese interés que mostraba en hacerme hablar me hizo recordar cómo mover los labios.
-Me llamo... Me... Me llamo...- empecé a decir, muerta de vergüenza. La verdad es que no era una persona muy sociable.
-¿No recuerdas tu nombre?- rió mi acompañante. 
-Alexandria.- murmuré, mirándole directamente al casco. Sabía que mis ojos le resultarían extraños. A todo el mundo le resultaban extraños. Por eso los ocultaba tras las innecesarias gafas de pasta gruesa y negra. Así casi nadie se fijaba en ellos. 
-Es un nombre bonito. Yo me llamo Alphonse.- se presentó, pero no se quitó el casco. No me permitió verle el rostro.
-G-gracias por salvarme...- susurré, cohibida. Por alguna razón... Me intimidaba. Como si el misterio que desprendía el hecho de no verle el rostro me atrajese, pero a la misma vez me daba mala espina.
-No hay de qué. Aunque la verdad, no parece que te haya salvado, estás muy magullada.- me contestó, y en su tono pude descifrar un matiz preocupado. 
-Bueno... Comparados con el daño de un atropello...- intenté llevar el tema lo más naturalmente posible.
-Eso es cierto... ¿Por qué ese chico quería atropellarte?- me preguntó. La verdad es que la pregunta me hizo gracia, pues pensaba que era obvio que el chaval no lo había hecho a propósito.
-Era una carrera. No creo que lo hiciese por el simple placer se destruir a otra persona...- casi no me salía la voz, estaba muy nerviosa. 
-Oh, es cierto... Parecía asustado cuando huyó corriendo.
-Aquí todos huyen.
-Alexandria... ¿Cuántos años tienes?
Esa pregunta me cogió por sorpresa, ya que llevaba haciéndome esa misma pregunta sobre él durante unos minutos.
-Quince...- respondí, avergonzada. No aparentaba quince años. De hecho, aparentaba más.- ¿Y tú?
-Voy a cumplir dieciséis.
Fui consciente de cómo me observaba de arriba a abajo, analizándome. Cerré los ojos y metí las manos en los bolsillos de la sudadera. 
-¿Por qué me miras así?- le pregunté sin poder contenerme. 
-N-no te estaba mirando.- me contestó. Por su tono de voz, parecía que no se esperaba que me diese cuenta.
-Oh... Lo siento. Es que soy algo paranoica.- murmuré, sin levantar la mirada de mis sucias y desgastadas zapatillas.
-No te preocupes. 
Entonces recordé el porqué de mi libertad momentánea. Tenía que comprar tabaco para papá. 
-Yo... Tengo que irme.- me detuve. Él me miró. 
-¡No te vayas!- me pidió. Semejaba que de verdad deseaba que me quedase.
-No tengo elección... Mi... Mi padre me mandó a hacer un recado.
-Oh... Puedo acompañarte. Este lugar es peligroso.- se ofreció. Negué rápidamente con la cabeza. Para un amigo que hacía no quería que el idiota de mi padre lo asustase.
-No... No hace falta, de verdad. Además, vivo lejos, y estarás cansado por llevar esa armadura, de verdad, no me importa ir sola!- respondí rápidamente, aterrorizada porque se diese cuenta de que no quería que me acompañase.
-Oh... Lo siento si te he molestado insistiendo tanto.- sonaba desilusionado.
-Para nada, de hecho... Nadie se había preocupado por mi de esa manera.- sonreí un poco, intentando hacerle sentir mejor. 
-B-bueno...
-Me tengo que ir... Pero me gustaría verte de nuevo... Mañana a las 11 aquí, ¿De acuerdo?- le dije, empezando a correr en dirección a mi casa, sin esperar respuesta.
Cuando ya estuve lo suficientemente lejos, suspiré y me senté en unas escaleras. Me llevé las manos a la cabeza, tirándome del pelo con frustración. Aquel chico era realmente la única persona que se había preocupado por mi. 
Gemí en voz baja y me levanté. Empecé a caminar distraída por la calle. Paré en un bar a comprar el tabaco de mi padre y seguí con mi camino. Llegaba bastante tarde, y sabía que él no aguantaba mucho sin fumar.
Llegué a su portal y vi salir corriendo a una mujer semidesnuda.
-¡LÁRGATE, ZORRA!- le gritó mi padre a la mujer. Aproveché el momento para entrar a casa corriendo, sin hacer ruido.
Le dejé los cigarrillos encima de la mesa y me fui a mi cuarto. Era lo único que encontraba bonito en aquella casa.
Las paredes, pintadas de un alegre tono azul celeste creaban un ambiente sereno y pacífico, como un mar en calma. El cómodo y fresco parqué era una verdadera cura para el dolor de pies. Aunque siempre quise moqueta, no me quejaba por no tenerla. La cama, de un tamaño considerable, se hallaba pegada en una esquina entre la pared izquierda y la frontal. Sobre esta, se encontraban un montón de dibujos colocados estratégicamente en la pared, de manera que parecían pintados en ella. A su lado, en la mesita de noche, estaba una pequeña pero luminosa lámpara. En la pared derecha, se encontraban el armario y el escritorio, distribuidos los dos en las esquinas. En el medio había dos sillones de tela, rellenos de bolitas de algodón. Eran bastante cómodos. Encima del escritorio, había una estantería bastante grande llena de libros y cuadernos de dibujo. En la esquina de la pared izquierda, mi caballete y mis artilugios de pintura. Mi habitación contaba con tres ventanas. Una en la pared derecha, encima de los sillones, otra en la pared contraria, y la última de ellas (y mi preferida), en la pared frontal, al lado de mi cama. Esta última, tenía vistas de toda la ciudad, y eso me encantaba.
Me quité los zapatos y la ropa y me puse uno de los muchos pijamas cortos que tenía. Odiaba dormir con pantalón largo. Apagué la luz y me acosté. 
Estaba demasiado cansada. Habían sido demasiadas emociones por un día. 
Cerré los ojos y no pude evitar quedarme pensando unos minutos en aquel chico... Alphonse. 
Me preguntaba por qué no me habría dejado ver su cara ni una sola vez. ¿Trabajaría en algún oficio sucio? ¿Alguna profesión en la que las normas exigiesen no mostrar el rostro a nadie?
Aunque... Pensándolo bien... No parecía peligroso. Imponente si, pero no peligroso. Y me había salvado la vida. Y su caballerosidad y gentileza me habían sorprendido. Hacía mucho que no pensaba en algo ajeno a lo que ocurría dentro de casa. 
Me dormí en poco tiempo, saboreando el placer de dormir sin escuchar los gritos de mi padre.



Un iceberg de oro. Capítulo 6: Rompiendo barreras.

No se notaba, pues las flores crecían como en cualquier otra parte del campo. 
El rubio observó mejor la foto colocada cuidadosamente encima de la pequeña porción de tierra en la que alguien descansaba eternamente. 
Reconoció a la morena que estaba a su lado, solo que en la foto parecía más joven. Sonreía al lado de otra chica. Era muy hermosa, su cabello era liso, con un tono castaño casi cobrizo, flequillo recto aunque desordenado, y sus ojos eran verde, pero un tono oscuro, podría llamarse "verde bosque". La mirada de la que parecía mayor desprendía autentica felicidad, en cambio la de Elyon desprendía pura admiración. Sus ojos parecían iguales a...
-¿Es... Es... Tu hermana?- preguntó con dificultad Edward. Ella asintió, aún sin levantar la cabeza, ni dejar que él viese su expresión.-¿Te encuentras bien?
Ella levantó por vez primera la mirada. Estaba llorando. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin descanso. Sus ojos, más claros de lo normal, estaban anegados. 
-Te mentí. Yo la maté. Fue mi culpa.- le confesó. 
-¿Qué?- Edward no se lo creía.
-Ella dijo que sería fácil. Que podríamos hacerlo juntas... Yo hice el círculo. Lo hicimos todo como habíamos planeado. 
-N-No me digas que...- empezó a decir el rubio, alejándose un poco de ella.
-Solo quería que mamá y papá volviesen...-murmuró Elyon, abrazándose a si misma, llorando por primera vez desde hacía casi un año.- Y la perdí a ella... Por eso me iba a suicidar. 
Edward trató de asimilar las palabras de la chica. 
-Pero... ¿Pero no pudiste salvar su alma?
-Ese fue el precio que nos obligó a pagar... Yo le dije que le daría lo que fuese... Pero la quiso a ella.- la morena se abrazó las rodillas, pegándolas al pecho, como si así pudiese mantenerse de una sola pieza.
-¡Puedes recuperarla! ¡No es tarde!- le dijo Edward, intentando decirle lo que le había pasado a su hermano.
-No puedo. Cuando alguien muere... No revive. Y ella murió. Yo la vi morir. Me obligaron a verlo.- gimió ella, haciéndose un ovillo. 
El rubio no supo qué responder. Solo fue capaz de mirarla con verdadera tristeza. Ella ocultó la cara en sus rodillas y sollozó. Edward se sentó a su lado y sin dudarlo ni un segundo, la abrazó.
-¿En serio piensas que ella querría verte muerta?- le susurró el chico. Ella lloró aún más fuerte. 
-Sophie... Ella... Tendría que haber sido yo... Yo tengo la culpa de todo...- respondió ella. En ese momento, apreciaba demasiado el abrazo que le daba el chico de ojos dorados, pues lo necesitaba. 
-No es cierto... Solo querías tener a tus padres de vuelta... Tener a tu familia unida.- le dijo, comprendiendo perfectamente las razones de la chica. En ese momento se sentía afortunado. Él aún tenía un hermano.
-Merezco lo que tengo.- contestó ella, sin dudarlo ni un segundo. 
-Todavía puedes hacer algo por ellos, Elyon...
Ella le miró a la cara, sorprendida.
-¿El qué?- preguntó, sin dejar de llorar.
-Vivir.- le respondió, seguro de lo que decía.
Ella clavó sus ojos en los del chico y fue la única vez desde que la había conocido que la veía tan inocente. Sus mejillas, rojas por las lágrimas, hacían resaltar sus ojos claros, que, al fin, no revelaban odio ni cualquier otro sentimiento a parte del dolor. Su expresión, que demostraba lo perdida que se sentía, le conmovió. 
-Pero... ¿Cómo puedo seguir viviendo con esta culpa?
-No tienes que hacerlo... Ella ya te ha perdonado.- Edward le sonrió, señalando las flores que crecían sobre la tumba. Se trataban de bonitas margaritas azuladas.-Las flores no crecen así como así en una tumba.
-Son... Mis flores preferidas...- se dio cuenta la pequeña. Al hacer esta declaración, volvió a romper en llanto. Sophie... Ella no creía en esas cosas, pero estaba completamente segura de que su hermana hubiese sido tan terca de dejarle un último mensaje. 
-Edward... Crees que... ¿Crees que a ella le gustaría que me fuese?- le preguntó Elyon cuando consiguió calmarse un poco.
-No lo sé... Pero seguro que le gustaría verte feliz de nuevo.- respondió el rubio, sonriéndole.
La chica se limpió las lágrimas y cerró los ojos. 
-Soph... Nunca te lo dije... Pero...
"El! Nunca te has parado a pensar en cómo sería nuestra vida en otro sitio?" Recordó la voz de su hermana, sentada en el suelo de su salón, abrazada a un cojín, con el pelo desordenado y su característica sonrisa en sus labios rojizos.
"La verdad es que no..." Le había contestado. 
"Bueno... Yo soy feliz contigo, sea donde sea." Le había dicho la rubia, riendo.
"Qué mas da..." 
-Yo también hubiese sido feliz en cualquier parte del mundo, siempre que fuese contigo.- derramó una última lágrima y se imaginó a su hermana, de pié en frente de ella, sonriéndole con cariño, como antes. 
"El... Te quiero." Recordó la voz de Sophie diciéndoselo en multitud de ocasiones. En cambio, ella solo se lo había dicho una vez en su vida. Justo antes de su muerte. 
-Sophie Black... Siempre has sido la mejor hermana del mundo. Te quiero.- le susurró a las margaritas. El viento sopló con fuerza, agitando el pelo de la morena, despeinándoselo. Edward volvió a abrazarla, al notar que se estremecía.-Hasta pronto, Sophie...
Esa fue la despedida que le dio a su hermana. 
El rubio caminó al mismo ritmo que Elyon, retornando a la casa. Ella ya no lloraba, pero tampoco había vuelto a su coraza habitual. 
-Edward...- el aludido la miró y observó el sonrojo de la chica.-Gracias por todo...
El chico sintió la mano de la chica entrelazando sus dedos con los de ella. Nunca nadie le había ofrecido un gesto tan puro de agradecimiento.
-No hay de qué...- le respondió él, sonriendo, contento.-Si quieres puedo hacerte la cena... Solo por hoy.
Por vez primera, tras tantos intentos y tantas negativas... Elyon le sonrió. Sin sarcasmo, sin ironía. Simplemente le sonrió. Y en ese mismo momento, Edward fue consciente de lo hermosa que era la morena en realidad.
-No es necesario. No tengo hambre.
Llegaron a la cabaña y entraron, pues hacía frío fuera. La chica de ojos azules se tiró en el sofá, cansada. 
-Vamos, El... Deberías ir a dormir.- le recomendó el rubio. Ella negó con la cabeza.
-Esta noche no voy a dormir.
-¿Por qué?- le preguntó confuso el rubio.
-No quiero.
-Vamos, Elyon... Si no mañana te dormirás en el tren.
Ella se lo pensó durante un rato. 
-Es cierto... Hasta mañana, héroe.- se despidió la chica, yéndose al cuarto de Sophie. Edward le dedicó una dulce sonrisa.
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Aquí abajo os dejo un dibujo de Elyon hecho por mi mejor amiga, Paula, sin la cual esta historia no hubiese existido nunca, y que contribuye con sus opiniones y sus dibujos a que la inspiración llegue a mi mente. 
Gracias por todo, Paula ❤️❤️