miércoles, 21 de enero de 2015

Un iceberg de oro. Capítulo 10: "Yo te quiero, pequeña.".

Caminaron de la mano, sin soltarse ni un momento. 
-¿Te das cuenta de que a veces pareces... Bipolar?
-No soy bipolar. Te conozco desde hace poco, deberías entender por qué soy así contigo.- murmuró la morena, mirándole a los ojos. Él le devolvió la mirada, sintiendo cómo se le dibujaba una sonrisa en la cara.
-Oh, ¿Debería sentirme especial?- bromeó el chico.
-Si así lo prefieres... Deberías sentirte especial por ser tan pesado.
-Es mi habilidad secreta.- dijo con orgullo. La chica soltó una pequeña risa. Le hacía gracia el rubio. 
Caminaron un par de horas más, ella prestaba atención a lo que Edward le contaba sobre determinados lugares. Le parecían interesantes muchas de las historias y leyendas urbanas que le contaba el chico. 
Se detuvieron al ver un puesto de helados ambulante. Parecía muy, pero que muy antiguo. Un anciano atendía a unos niños pequeños con una sonrisa. Se acercaron y el señor les saludó. 
-Buenos días, jóvenes. ¿Qué puedo hacer por vosotros?- el hombre les miró. Parecía feliz realizando aquel trabajo. 
-Buenos días. A mi me gustaría tomar un helado de chocolate.- le pidió el rubio, sonriéndole. El buen señor le dio su helado. Acto seguido, miró a Elyon, esperando que hablase.
-Yo... Mmm... ¿Podría darme uno de pistacho?- pidió la morena, y sonrió con timidez, sonrojándose. 
-Pues claro que si, hija.- le contestó el anciano. Fue entonces cuando la chica clavó sus azules ojos en la placa grabada que se encontraba adherida al puesto. 
"En ocasiones, un helado puede ser la cuerda que una al mundo." 
Ella miró al señor, confusa. 
-¿Qué significa esa placa?
-¿Qué placa...? ¡Oh! Querida, es que este puesto es mágico.- sonrió, y en sus ojos se acentuaron unas arruguitas, dándole una apariencia enternecedora. 
-¿Mágico?- preguntó Edward, desconcertado.
-Exacto, joven. Se dice que cuando dos personas comparten los helados de este puesto, de una manera u otra, terminan felices.
Elyon evitó reírse en la cara del entrañable señor por respeto. Era obvio que era una estratagema para conseguir clientes.
-Oh, amable hombre, disculpe mi escepticismo pero, ¿Cómo puede ser eso?
-¿Ves a eses dos hombres de allí?- señaló a dos cuarentones vestidos de traje, sentados en una fuente, comiendo helado.- Llevan 30 años viniendo aquí a comer helado una vez al mes. Uno se ha casado y tiene tres hijos, y el otro vive en un pueblo del oeste.
Edward observó al informador, sorprendido. 
-¿Y cómo puede ser eso?
-Son amigos desde entonces.
El rubio miró a Elyon y le sonrió. 
-El... ¿Te apetece compartir tu helado conmigo?
La chica le miró a los ojos, y respondiendo a su sonrisa, le plantó su helado en toda la cara. Escuchó al anciano reír. 
-Bueno... Creo que de esa manera también es válido.
-¡Elyon! ¡Eres malvada!- se quejó Edward. Ella respondió con una sonrisa inocente.
-En realidad, jovencito... Ha compartido el helado contigo... Yo creo que es algo bueno.- opinó el señor. 
A la morena ese hombre le caía cada vez mejor. 
-¡Usted no lo entiende! Ella es maaala....- el rubio entrecerró los ojos, observándola con recelo.
-No soy mala, solo no me gusta que me tomen el pelo.- respondió la chica, defendiéndose. 
-La chica sabe lo que quiere, eh.- rió el buen hombre.
-La chica sabe pensar.- la morena puso los ojos en blanco.
En ese preciso instante, un par de niños se acercaron al puesto.
-¡Abuelito! ¡Abuelito! ¿Me das un helado de chocolate?- le pidió uno de ellos.
Elyon y Edward se apartaron, cediendo el lugar a los pequeños. 
***

Se alejaron lentamente del lugar y pasearon por una pequeña plaza que contaba con una enorme fuente de piedra y unos cuantos bancos en los cuales un par de ancianos se disputaban el título de rey de las palomas. 
-Tenías que estamparme el helado en la cara, si no no te quedabas tranquila, ¿Eh?- se quejó el mayor, mirándola mal.
-Tu fuiste el que empezó a decir tonterías.- la morena se encogió de hombros.
-¡Solo insinué que quería ser tu amigo hasta dentro de treinta años! No sé cómo es que tu mente lo ha interpretado como un insulto.
Ella le ignoró completamente y siguió caminando.
-Mira, Elyon.- llamó su atención, señalando un escaparate. Ella se giró y observó lo que le decía el rubio. Era una pulsera de oro blanco. El metal estaba retorcido y entrelazado con finos hilos dorados, formando artísticas formas redondeadas y unas cuantas florituras. 
-Es bonita.- dijo la morena, indiferente.
-¿Te gusta?- le preguntó Edward, sonriendo. Ella se encogió de hombros y asintió.- Está bien, te la regalo.
La azabache le dedicó una mirada sorprendida, pero que rápidamente se transformó en una distante.
-No la quiero.
-Elyon, por favor, deja de hacer eso.
-¿Qué estoy haciendo?- preguntó, molesta.
-Herirme.
-A ti no te hiere nada, idiota.
-¿Ah, no?- el chico enarcó una ceja.
-No, y lo sabes.
Él soltó una pequeña risita.
-Qué ingenua eres.- le dijo y le revolvió el pelo con dulzura. Ella se sonrojó y bajó la mirada al suelo, sintiéndose inferior.
-Vete a la mierda.
-Elyon, anda, deja de hacerte la mayor.- se metió con ella el rubio, tocándole una de sus mejillas sonrosadas con un dedo. 
-Muérete, hazme el favor.- gruñó la chica, colocándose el pelo con una mano, molesta. 
Él volvió a reír.
-Vale, lo siento, lo siento. Perdóname.
-Ahora no vale, imbécil.
-Elyon, no puedes enfadarte conmigo. 
-¿Apostamos?- le retó la morena.
-¡Si yo sé que me quieres!
-Si, claro. Y soy rubia. Ya que estamos a decir tonterías...
-Venga. Como compensación, te regalaré esa pulsera.
-¡Que no la quiero, pesado! 
-A todas las chicas les gustan los regalos. Si quieres te compro un oso de peluche gigante. Uno que no quepa en tu cuarto, ¿Qué te parece?
-Me parece que mejor cómprame un oso pardo de verdad para que pueda lanzártelo a la cara.
-Ja, ja. Qué graciosa. No sé cómo no te dedicas a explotar ese exuberante humor que tienes.- ironizó él.
Elyon volvió a ignorarle y siguió caminando, siendo seguida de cerca por el rubio. Se detuvo delante de un escaparate. 
Era una tienda de ropa, la cual vendía prendas bastante sencillas, a la par que bonitas.
La chica sonrió un poco y entró sin reparos.
Escogió rápidamente diez pantalones y otras tantas camisetas. 
-¿No crees que es mucha ropa? Estás derrochando mucho dinero.- le dijo Edward. 
-Es una estrategia de combate que estoy intentando patentar. Se llama "Gasta dinero hasta que Roy Mustang se enfade y te despida". 
El rubio se echó a reír. 
-No creo que funcione. Solo conseguirás ponerle en tu contra.
-Ya lo está, así que, ¿Qué puedo perder? 
-Pues puede ser muy vengativo si se lo propone.
-Yo también. Y a mi ese tipejo de mirada pederasta no me asusta. 
Edward la miró y se aguantó la risa. Ella sonrió al verle. 
-Venga, prefiero que te rías a que explotes.
-¡Es que me imagino la cara de Mustang cuando vea la factura y me parto!
-Bueno, será más gracioso cuando me mande a su despacho a hablar con él, como si fuese el director de un colegio.
-Te castigará de algún modo.- le avisó el rubio.
-Y yo me vengaré de algún modo. Se llama reciprocidad.   
-Me da que no vas a ganar.
-Subestimas mis habilidades, pequeño Padawan.  
-No las subestimo, solo digo que no deberías hacer enfadar a tu jefe.
-Me da igual. Voy a amargarle la existencia.
Él no respondió. Sabía que Elyon era la persona más cabezota del planeta. 
Le revolvió el pelo, divertido. Ella le dio un manotazo, indignada. 
-Odio que hagas eso. Me haces sentir inferior.- gruñó la chica.
-Es que soy el mayor.
-¿Y eso qué tiene que ver? 
-Pues que puedo hacer lo que quiera.
-¿Ah, si? ¿Y por qué?- ella le miró con el sarcasmo pintado en su mirada.
-Porque puedo.
Esa simple respuesta sirvió para ganarse un bonito y doloroso tirón de pelos.
-¡Auch! ¡Eres una agresiva!- se quejó el rubio. Ella no dijo nada y se cruzó de brazos, dándole la espalda.
Edward la miró durante unos segundos, y después la rodeó con sus brazos, abrazándola por detrás y apoyando el mentón en el negro pelo de la chica. Ella, sorprendida, se dejó abrazar, notando cómo la sangre subía rápidamente a sus mejillas, dándoles un ligero tono rosado. Su corazón empezó a latir con fuerza, a una velocidad vertiginosa. Su respiración se entrecortaba, y el hecho de tener las manos del chico aferradas a su menudo cuerpo no mejoraba la situación. 
-No te enfades, El...- le pidió el chico de mirada dorada. La pobre chica de ojos azules se sintió desfallecer. 
-S-suéltame... I-idiota.- se quejó, con voz temblorosa.
-Elyon, no te estoy abrazando tan fuerte como para hacerte daño.- respondió él, sin soltarla. Ella bajó la mirada hacia el suelo. 
-No me duele, me confunde.- susurró, señalando su corazón con un dedo, nerviosa. No estaba diciendo que sintiese nada por el rubio, pero hacía mucho que nadie la abrazaba de ese modo tan... Dulce. Lágrimas anhelantes inundaron sus ojos, y dio gracias a que Edward no podía verlas. No derramó ninguna, y se soltó del firme abrazo del chico.
-No vuelvas a tocarme así.- le ordenó, recuperando la compostura.
Él la miró con confusión. 
-¿Por qué? Solo era un abrazo, no es para tanto.- murmuró. Ella se dio la vuelta y siguió caminando. Era consciente de que tan solo había sido un gesto de aprecio, y odiaba admitir que para ella había significado algo más. Ella no solía ser muy... Afectiva. Quizás por el hecho de que no tenía nadie con quién serlo. Y esas muestras de afecto de Edward, la descolocaban. 
-Elyon, si te he molestado, lo siento.- se disculpó, algo apenado.
-No te disculpes. No tiene importancia.
-Para mi, si la tiene. No quería hacerte sentir mal.- el rubio clavó su mirada en la de la pequeña, cohibiéndola.
-No me has hecho sentir mal, ¿De acuerdo? Solo no me gusta. Fin del tema.
El chico asintió, y le dio un poco de espacio. Era bastante obvio que la pobre Elyon estaba bastante asustada. Para él era como un pequeño ratoncito asustado, que huye a la mínima señal de cariño.  
Ella retomó el camino a su casa, olvidándose completamente del plan que tenía en contra de su jefe negrero.
Estaba nerviosa y molesta. Por qué tenía que hacerle quedar tan mal? Bufó y sus mejillas tomaron un color rojizo. Miró hacia el suelo y no levantó la mirada en ningún momento. 
Edward no pudo evitar mirarla y sonreír, enternecido. La imagen de Elyon avergonzada, con las mejillas encendidas y sin levantar la mirada del suelo, no tenía ni idea de porqué, pero le hacía sentir la absurda necesidad de abrazarla de nuevo y no soltarla.
Así que, haciendo acopio de todo el valor de su cuerpo, le puso una mano en la cabeza, intentando consolarla un poco. Notó cómo se tensaba. 
-No te pongas así, tonta.- le dijo, apartando la mirada, también sonrojado. 
Ella se puso aún más roja y le dio un pequeño golpe en la mano, para que la quitase. 
A pesar de ello, el chico no la retiró.
-Suéltame, Elric.- le ordenó ella, intentando volver a su fortaleza de hielo. 
-No. Ni se te ocurra volver a huir.- se quejó él, frunciendo el ceño y mirándola a los ojos.
-Yo no huyo, imbécil.- respondió la chica.
-Huyes y te escondes tras esa actitud sarcástica e hiriente cada vez que alguien intenta quererte. Y eso no me gusta.
La cálida y sincera mirada de Edward, junto con sus palabras, consiguieron hacer sentir culpable a Elyon. 
-¿Quererme? ¿Quién va a quererme, héroe? No necesito gente que me quiera y tampoco la gente quiere quererme. Es simple. 
Él negó con la cabeza y se agachó un poco, para que sus ojos quedasen a la misma altura que los de la chica.
-Yo te quiero, pequeña.





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