martes, 7 de octubre de 2014

Dream a little dream of me.

Buenas! Esto es un nuevo espacio en el cual colgaré una nueva historia. El protagonista es Alphonse Elric, y he apostado por él porque me parece un personaje realmente increíble, y no me gustaría darle más importancia a Edward que a Alphonse. Está narrado en primera persona, desde la perspectiva de una chica a la que no le tocó precisamente una vida fácil.
En definitiva, que espero que os guste.
Ya no os molesto más.
Adiós! :D
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"Sola, de nuevo" gemí cuando cerró la puerta, echando el seguro por fuera. Rutina. 
Observé con detenimiento el mugriento techo, tan solo para no tener que mirar el estado en el que me había dejado. Ya no dolía. Podría jurar que no sentía nada en ese momento. 
Esto no tenía nada que ver con el paraíso que describían aquellos libros que me leía de niña. Ni siquiera se parecía a lo que en la televisión se mostraba como "vida digna". Servirle de saco de boxeo a mi progenitor no me parecía para nada digno. Sin ver apenas la luz del sol. Tan solo para servirle de tapadera para sus delitos. ¿Que si podía huir? Pues claro. Pero yo no era una persona valiente, ni mucho menos. Yo era cobarde, callada y sumisa. Al menos, eso pensaba yo. 
Pero si me iba, ¿Qué le quedaría? Nada. Tan solo una casa vacía. Y lo peor era que... No quería hacerle sufrir.
La puerta volvió a abrirse, y por ella apareció mi pesadilla. Un hombre de tez amarillenta por el sufrimiento de su hígado tras largas noches de parranda, corpulento y alto, en su cabeza podía verse ya el efecto de la calvicie en sus grises rizos. Su mirada perdida y sus ojos negros, se asemejaban a los de un diablo. 
-Niña, ve a comprarme tabaco.- me ordenó, tirándome unas monedas a la cara. No fui capaz de cogerlas al vuelo y me agaché a recogerlas. 
-Está bien.- murmuré, pues sabía que estaba de resaca y no era bueno molestarle.
Me vestí mis típicos pantalones vaqueros y una sudadera y me dispuse a salir de casa. 
-Me voy.- avisé, cogiendo las llaves. Salí como alma que lleva el diablo, huyendo hacia el bar más cercano. 
Caminé lentamente por la calle, observando los viejos y deteriorados edificios. Un grupo de drogadictos se colocaban en las escaleras de un portal. Uno de ellos, Sam, me saludó con la mano. Levanté la mía para devolverle el saludo, sin mucho interés. Era uno de mis mejores amigos de la infancia. Tan solo habíamos escogido caminos diferentes.
Decidí ocultar mi llamativo cabello bajo la amplia capucha de la única prenda de abrigo que me quedaba para el invierno. Me coloqué bien las gafas y metí las manos en los bolsillos. Las extensas pero descuidadas avenidas eran demasiado peligrosas a esa hora de la noche. De hecho, estaba a punto de ser atropellada por uno de los participantes de una carrera ilegal. 
Cuando fui plenamente consciente del rojo y tuneado coche chatarra que se dirigía hacia mi persona, se me paró el corazón. Vi la cara de miedo del conductor, un chaval de no más de 16 años. El pánico que transmitía su expresión era opacado por sus infantiles rasgos y sus hoyuelos. 
Estaba ya a apenas un metro de mi, y no había conseguido mover ni un músculo. Solté todo el aire que mis pulmones habían retenido y me dispuse a sentir el impacto, arrepintiéndome de no haber actuado a tiempo.
Pensé en chillar, pero sería inútil y además, no quería desperdiciar mis últimos segundos de vida chillando patéticamente como una niñita.
Cerré los ojos con fuerza, y de repente...
Nada.
No sentía nada. Bueno, a parte del viento que azotaba sin descanso mi rostro.
"Por favor, que no me haya quedado paralítica o algo así..." Supliqué mentalmente. Porque, si sentía el viento, pero no el dolor, eso significaba algo malo.
Esperaba poder abrir los ojos, aunque no sabía si de verdad deseaba hacerlo y ver el desastre en el que probablemente se hubiese convertido mi cuerpo. Abrí mi ojo derecho lentamente, asustada. El coche rojo se había desviado en el último segundo, chocando contra una farola que se encontraba al lado de mi.
Abrí el otro ojo, anonadada. Me llevé las manos a la cabeza, el abdomen, los muslos... No había sufrido ningún daño. 
-¿Te encuentras bien?- una voz metálica sonó a mi derecha. Temblando, miré en esa dirección. Un hombre vestido con una enorme armadura, me observaba. No supe si responder o no, ya que estaba tan sorprendida que no tenía ni idea de cómo reaccionar.
-¿Estás en shock?- preguntó. Yo, queriendo no parecer tonta, asentí. Una risa dulce se coló entre todo el metal que llevaba a cuestas, llegando a mis oídos como música celestial. 
Pude notar cómo casi toda la sangre de mi cuerpo se acumulaba rápidamente en mis mejillas.
-Vaya, creo que he hecho que te sientas avergonzada. Disculpa.
Reaccioné bajando la mirada hacia el mugroso asfalto. "Háblale, tonta. Solo te ha salvado la vida". 
-Deberíamos movernos. No creo que sea muy buena idea quedarse al lado de un coche siniestrado. ¿Cuál es tu nombre?- volvió a dirigirme la palabra. Ese interés que mostraba en hacerme hablar me hizo recordar cómo mover los labios.
-Me llamo... Me... Me llamo...- empecé a decir, muerta de vergüenza. La verdad es que no era una persona muy sociable.
-¿No recuerdas tu nombre?- rió mi acompañante. 
-Alexandria.- murmuré, mirándole directamente al casco. Sabía que mis ojos le resultarían extraños. A todo el mundo le resultaban extraños. Por eso los ocultaba tras las innecesarias gafas de pasta gruesa y negra. Así casi nadie se fijaba en ellos. 
-Es un nombre bonito. Yo me llamo Alphonse.- se presentó, pero no se quitó el casco. No me permitió verle el rostro.
-G-gracias por salvarme...- susurré, cohibida. Por alguna razón... Me intimidaba. Como si el misterio que desprendía el hecho de no verle el rostro me atrajese, pero a la misma vez me daba mala espina.
-No hay de qué. Aunque la verdad, no parece que te haya salvado, estás muy magullada.- me contestó, y en su tono pude descifrar un matiz preocupado. 
-Bueno... Comparados con el daño de un atropello...- intenté llevar el tema lo más naturalmente posible.
-Eso es cierto... ¿Por qué ese chico quería atropellarte?- me preguntó. La verdad es que la pregunta me hizo gracia, pues pensaba que era obvio que el chaval no lo había hecho a propósito.
-Era una carrera. No creo que lo hiciese por el simple placer se destruir a otra persona...- casi no me salía la voz, estaba muy nerviosa. 
-Oh, es cierto... Parecía asustado cuando huyó corriendo.
-Aquí todos huyen.
-Alexandria... ¿Cuántos años tienes?
Esa pregunta me cogió por sorpresa, ya que llevaba haciéndome esa misma pregunta sobre él durante unos minutos.
-Quince...- respondí, avergonzada. No aparentaba quince años. De hecho, aparentaba más.- ¿Y tú?
-Voy a cumplir dieciséis.
Fui consciente de cómo me observaba de arriba a abajo, analizándome. Cerré los ojos y metí las manos en los bolsillos de la sudadera. 
-¿Por qué me miras así?- le pregunté sin poder contenerme. 
-N-no te estaba mirando.- me contestó. Por su tono de voz, parecía que no se esperaba que me diese cuenta.
-Oh... Lo siento. Es que soy algo paranoica.- murmuré, sin levantar la mirada de mis sucias y desgastadas zapatillas.
-No te preocupes. 
Entonces recordé el porqué de mi libertad momentánea. Tenía que comprar tabaco para papá. 
-Yo... Tengo que irme.- me detuve. Él me miró. 
-¡No te vayas!- me pidió. Semejaba que de verdad deseaba que me quedase.
-No tengo elección... Mi... Mi padre me mandó a hacer un recado.
-Oh... Puedo acompañarte. Este lugar es peligroso.- se ofreció. Negué rápidamente con la cabeza. Para un amigo que hacía no quería que el idiota de mi padre lo asustase.
-No... No hace falta, de verdad. Además, vivo lejos, y estarás cansado por llevar esa armadura, de verdad, no me importa ir sola!- respondí rápidamente, aterrorizada porque se diese cuenta de que no quería que me acompañase.
-Oh... Lo siento si te he molestado insistiendo tanto.- sonaba desilusionado.
-Para nada, de hecho... Nadie se había preocupado por mi de esa manera.- sonreí un poco, intentando hacerle sentir mejor. 
-B-bueno...
-Me tengo que ir... Pero me gustaría verte de nuevo... Mañana a las 11 aquí, ¿De acuerdo?- le dije, empezando a correr en dirección a mi casa, sin esperar respuesta.
Cuando ya estuve lo suficientemente lejos, suspiré y me senté en unas escaleras. Me llevé las manos a la cabeza, tirándome del pelo con frustración. Aquel chico era realmente la única persona que se había preocupado por mi. 
Gemí en voz baja y me levanté. Empecé a caminar distraída por la calle. Paré en un bar a comprar el tabaco de mi padre y seguí con mi camino. Llegaba bastante tarde, y sabía que él no aguantaba mucho sin fumar.
Llegué a su portal y vi salir corriendo a una mujer semidesnuda.
-¡LÁRGATE, ZORRA!- le gritó mi padre a la mujer. Aproveché el momento para entrar a casa corriendo, sin hacer ruido.
Le dejé los cigarrillos encima de la mesa y me fui a mi cuarto. Era lo único que encontraba bonito en aquella casa.
Las paredes, pintadas de un alegre tono azul celeste creaban un ambiente sereno y pacífico, como un mar en calma. El cómodo y fresco parqué era una verdadera cura para el dolor de pies. Aunque siempre quise moqueta, no me quejaba por no tenerla. La cama, de un tamaño considerable, se hallaba pegada en una esquina entre la pared izquierda y la frontal. Sobre esta, se encontraban un montón de dibujos colocados estratégicamente en la pared, de manera que parecían pintados en ella. A su lado, en la mesita de noche, estaba una pequeña pero luminosa lámpara. En la pared derecha, se encontraban el armario y el escritorio, distribuidos los dos en las esquinas. En el medio había dos sillones de tela, rellenos de bolitas de algodón. Eran bastante cómodos. Encima del escritorio, había una estantería bastante grande llena de libros y cuadernos de dibujo. En la esquina de la pared izquierda, mi caballete y mis artilugios de pintura. Mi habitación contaba con tres ventanas. Una en la pared derecha, encima de los sillones, otra en la pared contraria, y la última de ellas (y mi preferida), en la pared frontal, al lado de mi cama. Esta última, tenía vistas de toda la ciudad, y eso me encantaba.
Me quité los zapatos y la ropa y me puse uno de los muchos pijamas cortos que tenía. Odiaba dormir con pantalón largo. Apagué la luz y me acosté. 
Estaba demasiado cansada. Habían sido demasiadas emociones por un día. 
Cerré los ojos y no pude evitar quedarme pensando unos minutos en aquel chico... Alphonse. 
Me preguntaba por qué no me habría dejado ver su cara ni una sola vez. ¿Trabajaría en algún oficio sucio? ¿Alguna profesión en la que las normas exigiesen no mostrar el rostro a nadie?
Aunque... Pensándolo bien... No parecía peligroso. Imponente si, pero no peligroso. Y me había salvado la vida. Y su caballerosidad y gentileza me habían sorprendido. Hacía mucho que no pensaba en algo ajeno a lo que ocurría dentro de casa. 
Me dormí en poco tiempo, saboreando el placer de dormir sin escuchar los gritos de mi padre.



4 comentarios:

  1. OOOOOH *^*
    ¿Cómo vas a hacer lime entre una chica y una armadura vacia? Porque yo voy a querer lime. Ya lo quiero ahora... Dame lime entre estos dos. Por cierto... Edward-Elyon, Alphonse-Alexandria... No es casualidad lo de las iniciales, no?

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    1. Pues ahora que lo dices... Es pura casualidad! No soy tan retorcida! Y pues el Lime... Mmmm... Ya verás ;P

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    2. O esto pasa despues de la trama y hay un Alphonse de verdad debajo de la armadura... O encuentran la piedra filosofal y lo celebran como yatusaenohaymahná ewe

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  2. LALALALALALLAALLALALALALALA YA VERÁS

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